Aceptar con resignación que una persona ha partido de este mundo no es una tarea fácil en el pleno sentido de lo emocional. Todo el proceso de asimilar que el individuo ya no está, significa que estamos frente a un duelo, pero ¿qué pasa cuando la etapa de la resignación no llega? ¿son tantas complicaciones que un duelo mal resuelto puede incidir en el afectado?
A menudo, para resolver un duelo resulta ser tan automático que la persona continúa con su vida cotidiana con normalidad. No obstante, cuando cuesta aceptar que esa persona no está, requiere de una asistencia adicional para tratar asuntos que posiblemente tengan un indicio patológico.
El sentido de pérdida siempre será determinante o simbólico para cada persona. Todo individuo tiene distintas maneras de expresar el dolor de la pérdida a su modo, sin embargo, la mística del caso es lograr superar con normalidad el duelo y seguir adelante sin aferrarse a esa persona que ya no está. Lo mejor en este caso es conservar los buenos momentos vividos y dejar ir, por una mejor salud mental.
Diversos autores han llegado a la conclusión que para acabar con un duelo mal resuelto hay que acudir a una serie de fases para ello. Tales etapas pueden ser graduales o progresivas, pero siempre enfocado en el objetivo de hacer que el afectado por duelo continúe siendo eficiente en su vida cotidiana. En este sentido, no es pertinente improvisar con técnicas o trucos para manejar el duelo, porque la experiencia del dolor de quien sufre la pérdida es totalmente subjetivo.
Aceptar la realidad
Quizá el paso más ambiguo para afrontar un duelo inconcluso es aceptar que esa persona ya no está. Es necesario que esa persona esté acompañada para que pueda expresar todas sus emociones reprimidas que durante el funeral, por ejemplo, no tuvo oportunidad de hacer.
Es habitual que haya una fase de negación en la cual el sujeto implicado no tenga conocimiento sobre la partida del fallecido, ni todo lo que ello implica en su situación emocional. Cuando esto ocurre, estamos en presencia de un sujeto que no ha manejado correctamente su duelo y no ha dejado que esa persona termine por partir. Otro ejemplo que escapa del ámbito mortuorio es la separación de una pareja, en el cual uno anhela el pronto regreso del otro, yéndose su vida en el acto de esperar.
Trabajar el dolor de la pérdida
Las emociones en este sentido estricto van encaminadas a una ruleta rusa. Quien padece el duelo puede cabalgar entre la rabia, el enfado hasta una profunda tristeza. Tales emociones apenas y son superficiales, porque tras ellas puede esconderse un dolor más profundo que requiera una terapia psicológica para que salga a flote. Sensaciones como angustia, soledad e incertidumbre por lo general no pueden manejarse en medio de una depresión, por tanto, el estar acompañado por seres queridos tiende a minimizar este descontrol de las emociones.
Para trabajar las emociones hay que tomar en cuenta la presencia de emociones positivas y negativas. Ambas tienen por común denominador que no responden a ninguna lógica. Por eso, hay que saber distinguir esos sentimientos para tener un mejor alcance de un duelo para que no escape de las manos. De forma consciente o inconsciente, algunas personas intentan reflejar dureza o frialdad al momento de recibir condolencias, palabras de aliento o un abrazo; en ese instante aunque todo parece bajo control, las emociones tarde o temprano van a desbordar sin control. Por guardar compostura, por el rechazo social o no reflejar debilidad, los afectados por duelo no se permiten vivir emociones, pero tarde o temprano tendrán su alcance.
Complejidades del duelo: la terapia
Para que el duelo se lleve a cabo, no es indispensable acudir a una terapia constante. Sin embargo, dentro de la complejidad de un duelo no resuelto, los involucrados tendrán como asignatura pendiente visitar un psicólogo para desahogar todo el dolor concentrado en su ser interior. El grupo de personas que no logran asumir este ciclo generalmente no saben qué hacer con sus vidas ni cómo continuarla sin esa persona cerca de ellas. El duelo es normal en los primeros días o incluso unas cuanta semanas, pero sostenerlo por varios meses sin una respuesta óptima, requiere de ayuda inmediata.
Ahora bien, corresponde destacar una serie de duelos que enmarcan esta ambigüedad:
-Duelo crónico: Para considerar a este tipo de duelo mal resuelto es tomado en consideración un lapso superior a 1 año a partir de la pérdida. A pesar de transcurrido este tiempo, la persona aún no supera la experiencia de pérdida o se aferra al fallecido de tal modo que su dolor no tendrá una salida clara. Llega a sufrir de mucha ansiedad, con poco control de sus emociones y no asimila un nuevo ciclo de vida ni cómo empezar desde cero.
–Duelo postergado: Tiene un mejor manejo terapéutico, aunque las emociones no están del todo controladas. Acá entran en proceso aquellas personas que reflejan frialdad al momento de reconocer la pérdida, pero paulatinamente dejan fluir su dolor hasta comenzar de nuevo en sus vidas. Las víctimas son propensas a sufrir de una carga emocional muy negativa cuando su herida no está completamente sanada.
-Duelo exagerado: El dolor está presente en forma poco controlado o agudo. Son vulnerables a caer en los vicios como el alcohol o en las drogas, dejando entrever la poca fuerza de voluntad para salir adelante luego de la pérdida. Acá entra en juego un sentido más patológico en la negación absoluta de afrontar el dolor y la inestabilidad emocional que puede tener antecedentes preliminares a la acción de perder a alguien o algo.